Ebook: Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570)
- Genre: History // American Studies
- Tags: Peru, Historia del Perú, Peruvian History, Andes, Andean History, Historia andina
- Series: Alianza Universidad
- Year: 1976
- Publisher: Alianza
- City: Madrid
- Language: Spanish
- pdf
ilizaciones precolombinas ejercen una especie de fascinación:
23
24 Introducción
durante milenios vivieron aisladas del resto del mundo, mientras
que las otras sociedades, en Africa, en Asia y en Europa, cohocieron,
a pesar de las distancias, el juego de las difusiones culturales y de
las influencias recíprocas. Cuando los españoles descubrieron en
América otra humanidad, su estupefacción fue sin duda más grande
de lo que sería la nuestra si encontráramos seres pensantes en planetas lejanos. Pero este choque de dos mundos radicalmente extraños coincide, en el siglo xv1, con los comienzos de la expansión
europea sobre el globo. Por consiguiente, el proyecto de invertir
la perspectiva eurocentrista se sitúa aquí en el origen mismo de la
hegemonía occidental y resulta aplicado a sociedades cuya evolución
histórica seguía caminos totalmente independientes de los del mundo
antiguo. Nos encontramos ante un fenómeno, quizá único, que constituye una verdadera base de experimentación en el dominio de las
ciencias humanas: sociedades hasta entonces cerradas sobre sí mismas * sufren, con la irrupción de los hombres blancos, el choque de
un acontecimiento de origen rigurosamente externo. ¿Cómo reaccionan? ¿Cuál es, a partir de entonces, su evolución? La historiografía occidental estudia generalmente la «Conquista», como lo
indica esta palabra, únicamente desde la perspectiva de los vencedores. Pero existe otro rostro del acontecimiento: para los indios,
no menos estupefactos, la llegada de los españoles significa la ruina de sus civilizaciones. ¿Cómo han vivido la derrota? ¿Cómo la han interpretado? Y ¿cómo se ha perpetuado su recuerdo en la memoria colectiva de estos pueblos?
Se trata, en cierto modo, de pasar al otro lado del escenario
y escrutar la historia al revés, porque estamos, efectivamente, acostumbrados a considerar el punto de vista europeo como el derecho:
en el espejo indígena se refleja el otro rostro de Occidente. Sin
duda, jamás podremos revivir desde el interior los sentimientos y los pensamientos de Moctezuma o de Atahualpa. Pero podemos,
al menos, intentar desprendernos de nuestros hábitos mentales, desplazar el punto de observación y transferir el centro de nuestro
interés a la visión trágica de los vencidos. Y no movidos por algún
tipo de efusión afectiva, sino a través de un trabajo crítico sobre
los documentos que permiten conocer las sociedades indígenas americanas en el siglo xv1. Esto nos conduce a la confluencia de dos disciplinas: la historia y la etnología. En efecto, nos planteamos
los problemas de los cambios sociales en el tiempo, pero a propósito
.. 1 En relación con el resto del mundo: no hace falta decir que las influen- cias culturales y los trasiegos de población se desarrollaron ampliamente en el interior del continente americano,
Inurcducción 25
de un mundo marginal, reservado generalmente a los especialistas
de las sociedades llamadas «primitivas». Se tratará, entonces, de un
ensayo de «etnohistoria», ¿Será ésta un género bastardo, vanamente ecléctico? Evitemos encerrarnos en querellas de palabras;
la cuestión no se reduce al vocabulario, que es aquí simple convención. ¿Cuál es el sentido/de nuestra doble aproximación metodológica?
La oposición entre historia y etnología proviene, en realidad,
de contingencias académicas. Suele considerarse que el historiador
investiga el devenir de las sociedades, cuyo pasado reconstruye gracias a los documentos, en general escritos, que dejaron tras de sí.
Se le escapan las sociedades «primitivas», desprovistas de textos
escritos —por tanto, de archivos—, que están reservadas al etnólogo. Lo que obliga a este último a buscar el objeto de su estudio
sobre el terreno: se trata de sociedades vivientes, o supervivientes
en la actualidad, cuyo pasado sólo está inscrito en sus tradiciones
orales? No es que el etnólogo se desinterese de la historia por
cuestión de principios; es que a menudo le resulta inaccesible; ha
de describir los elementos cuyo conjunto integra el grupo social
observado, y se pregunta acerca de las relaciones que unen dichos
elementos en la sincronía; por lo general, intenta dar cuenta de las
variantes de estas relaciones comparando sobre un plano teórico
diversos tipos de sociedades. En suma, la historia es ciencia de la
continuidad (o de la solución de continuidad) de las sociedades en
el tiempo; la etnología es ciencia de la diversidad de las sociedades
(llamadas «primitivas») en el espacio?. Sin embargo, los historiadores saben desde ahora que el tiempo histórico sigue un ritmo diferenciado, pluridimensional, y se enfrentan al problema de las relaciones sincrónicas o de los desfases entre los distintos niveles
(económicos, sociales, políticos, etc.) de las sociedades cuyo devenir
estudian. Los etnólogos, por su parte, saben que las sociedades sin
historia no existen, y, siguiendo un itinerario inverso, tropiezan con
el problema de la evolución en las relaciones que analizan dentro
de un cuadro estático (o de acuerdo con une lógica intemporal). Dicho de otro modo, la oposición entre las dos disciplinas no se
reduce, como a menudo se cree, a la de la sincronía y la diacronía,
2 A menos que existan vestigios descubiertos por la arqueología: la prehistoria constituye, así, una especie de eslabón intermedio entre las dos disciplinas.
3 Acerca de estas correlaciones y oposiciones, cf. la clasificación de Claude
Lévi-Strauss en «Histoire et ethnologie», en Amtbropologie Structurale, París, 1958, págs. 3-33. C£. la bibliografía para las referencias de las versiones
españolas de las obras citadas.
26 Introducción
a la de la estructura y la praxis, a la de lo formal y lo concreto; estas dualidades definen problemas internos tanto de la historia
como de la etnología. Toda ciencia procede desligándose de los datos
inmediatos para conseguir objetos abstractos mediante los cuales
expresa en fórmulas rigurosas las relaciones existentes entre los
datos; peto los conceptos pierden, por lo mismo, el sabor único de lo inmediato. En etnología, al igual que en historia, dos actitudes simultáneamente se oponen y se completan: por una parte, la
restitución de lo singular, de lo vivido, y, pot otra parte, la aspiración a la ley, a lo universal. El etnólogo revela las estructuras de la
sociedad botoro, o los vínculos de parentesco, o los relatos mitológicos, apoyándose sobre una descripción minuciosa de datos empíricos, que el análisis intenta luego integrar en todos sus aspectos,
aunque a otro nivel. El historiador evoca gl «siglo de Luis XIV»
describiendo el fasto de Versalles, el orden clásico, la miseria de las
guerras, etc.; pero no por ello deja de elaborar curvas de precios,
de salarios o de beneficios, o de investigar el movimiento de la
natalidad y la mortalidad con atreglo a categorías totalmente ignoradas por los contemporáneos. Se trata de diferentes cortes de una
misma realidad. El problema es relacionar todos esos lenguajes en un
ir y venir entre el análisis y lo concreto. lr y venir, porque no
podemos aprehender simultáneamente la originalidad de lo vivido
y la generalidad de la abstracción. Son las modalidades y la orientación de: este itinerario las que difieren en la historia y en la
etnología; la primera procura, en definitiva, retornar a lo singular;
la segunda reintegra lo singular al seno de lo general. La inevitable división de la ciencia en sectores más y más especializados acentúa
estas divergencias. Pero por el hecho mismo de que la historia y
la etnología se concentran en las mismas cuestiones, aunque abor- ddándolas desde perspectivas opuestas, quizá les sea posible ofrecerse una ayuda recíproca: una investigación que asociara los méto- dos de ambas disciplinas, para hacerlas mutuamente fecundas, se situaría en un lugar estratégico dentro del presente campo de las ciencias humanas.
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24 Introducción
durante milenios vivieron aisladas del resto del mundo, mientras
que las otras sociedades, en Africa, en Asia y en Europa, cohocieron,
a pesar de las distancias, el juego de las difusiones culturales y de
las influencias recíprocas. Cuando los españoles descubrieron en
América otra humanidad, su estupefacción fue sin duda más grande
de lo que sería la nuestra si encontráramos seres pensantes en planetas lejanos. Pero este choque de dos mundos radicalmente extraños coincide, en el siglo xv1, con los comienzos de la expansión
europea sobre el globo. Por consiguiente, el proyecto de invertir
la perspectiva eurocentrista se sitúa aquí en el origen mismo de la
hegemonía occidental y resulta aplicado a sociedades cuya evolución
histórica seguía caminos totalmente independientes de los del mundo
antiguo. Nos encontramos ante un fenómeno, quizá único, que constituye una verdadera base de experimentación en el dominio de las
ciencias humanas: sociedades hasta entonces cerradas sobre sí mismas * sufren, con la irrupción de los hombres blancos, el choque de
un acontecimiento de origen rigurosamente externo. ¿Cómo reaccionan? ¿Cuál es, a partir de entonces, su evolución? La historiografía occidental estudia generalmente la «Conquista», como lo
indica esta palabra, únicamente desde la perspectiva de los vencedores. Pero existe otro rostro del acontecimiento: para los indios,
no menos estupefactos, la llegada de los españoles significa la ruina de sus civilizaciones. ¿Cómo han vivido la derrota? ¿Cómo la han interpretado? Y ¿cómo se ha perpetuado su recuerdo en la memoria colectiva de estos pueblos?
Se trata, en cierto modo, de pasar al otro lado del escenario
y escrutar la historia al revés, porque estamos, efectivamente, acostumbrados a considerar el punto de vista europeo como el derecho:
en el espejo indígena se refleja el otro rostro de Occidente. Sin
duda, jamás podremos revivir desde el interior los sentimientos y los pensamientos de Moctezuma o de Atahualpa. Pero podemos,
al menos, intentar desprendernos de nuestros hábitos mentales, desplazar el punto de observación y transferir el centro de nuestro
interés a la visión trágica de los vencidos. Y no movidos por algún
tipo de efusión afectiva, sino a través de un trabajo crítico sobre
los documentos que permiten conocer las sociedades indígenas americanas en el siglo xv1. Esto nos conduce a la confluencia de dos disciplinas: la historia y la etnología. En efecto, nos planteamos
los problemas de los cambios sociales en el tiempo, pero a propósito
.. 1 En relación con el resto del mundo: no hace falta decir que las influen- cias culturales y los trasiegos de población se desarrollaron ampliamente en el interior del continente americano,
Inurcducción 25
de un mundo marginal, reservado generalmente a los especialistas
de las sociedades llamadas «primitivas». Se tratará, entonces, de un
ensayo de «etnohistoria», ¿Será ésta un género bastardo, vanamente ecléctico? Evitemos encerrarnos en querellas de palabras;
la cuestión no se reduce al vocabulario, que es aquí simple convención. ¿Cuál es el sentido/de nuestra doble aproximación metodológica?
La oposición entre historia y etnología proviene, en realidad,
de contingencias académicas. Suele considerarse que el historiador
investiga el devenir de las sociedades, cuyo pasado reconstruye gracias a los documentos, en general escritos, que dejaron tras de sí.
Se le escapan las sociedades «primitivas», desprovistas de textos
escritos —por tanto, de archivos—, que están reservadas al etnólogo. Lo que obliga a este último a buscar el objeto de su estudio
sobre el terreno: se trata de sociedades vivientes, o supervivientes
en la actualidad, cuyo pasado sólo está inscrito en sus tradiciones
orales? No es que el etnólogo se desinterese de la historia por
cuestión de principios; es que a menudo le resulta inaccesible; ha
de describir los elementos cuyo conjunto integra el grupo social
observado, y se pregunta acerca de las relaciones que unen dichos
elementos en la sincronía; por lo general, intenta dar cuenta de las
variantes de estas relaciones comparando sobre un plano teórico
diversos tipos de sociedades. En suma, la historia es ciencia de la
continuidad (o de la solución de continuidad) de las sociedades en
el tiempo; la etnología es ciencia de la diversidad de las sociedades
(llamadas «primitivas») en el espacio?. Sin embargo, los historiadores saben desde ahora que el tiempo histórico sigue un ritmo diferenciado, pluridimensional, y se enfrentan al problema de las relaciones sincrónicas o de los desfases entre los distintos niveles
(económicos, sociales, políticos, etc.) de las sociedades cuyo devenir
estudian. Los etnólogos, por su parte, saben que las sociedades sin
historia no existen, y, siguiendo un itinerario inverso, tropiezan con
el problema de la evolución en las relaciones que analizan dentro
de un cuadro estático (o de acuerdo con une lógica intemporal). Dicho de otro modo, la oposición entre las dos disciplinas no se
reduce, como a menudo se cree, a la de la sincronía y la diacronía,
2 A menos que existan vestigios descubiertos por la arqueología: la prehistoria constituye, así, una especie de eslabón intermedio entre las dos disciplinas.
3 Acerca de estas correlaciones y oposiciones, cf. la clasificación de Claude
Lévi-Strauss en «Histoire et ethnologie», en Amtbropologie Structurale, París, 1958, págs. 3-33. C£. la bibliografía para las referencias de las versiones
españolas de las obras citadas.
26 Introducción
a la de la estructura y la praxis, a la de lo formal y lo concreto; estas dualidades definen problemas internos tanto de la historia
como de la etnología. Toda ciencia procede desligándose de los datos
inmediatos para conseguir objetos abstractos mediante los cuales
expresa en fórmulas rigurosas las relaciones existentes entre los
datos; peto los conceptos pierden, por lo mismo, el sabor único de lo inmediato. En etnología, al igual que en historia, dos actitudes simultáneamente se oponen y se completan: por una parte, la
restitución de lo singular, de lo vivido, y, pot otra parte, la aspiración a la ley, a lo universal. El etnólogo revela las estructuras de la
sociedad botoro, o los vínculos de parentesco, o los relatos mitológicos, apoyándose sobre una descripción minuciosa de datos empíricos, que el análisis intenta luego integrar en todos sus aspectos,
aunque a otro nivel. El historiador evoca gl «siglo de Luis XIV»
describiendo el fasto de Versalles, el orden clásico, la miseria de las
guerras, etc.; pero no por ello deja de elaborar curvas de precios,
de salarios o de beneficios, o de investigar el movimiento de la
natalidad y la mortalidad con atreglo a categorías totalmente ignoradas por los contemporáneos. Se trata de diferentes cortes de una
misma realidad. El problema es relacionar todos esos lenguajes en un
ir y venir entre el análisis y lo concreto. lr y venir, porque no
podemos aprehender simultáneamente la originalidad de lo vivido
y la generalidad de la abstracción. Son las modalidades y la orientación de: este itinerario las que difieren en la historia y en la
etnología; la primera procura, en definitiva, retornar a lo singular;
la segunda reintegra lo singular al seno de lo general. La inevitable división de la ciencia en sectores más y más especializados acentúa
estas divergencias. Pero por el hecho mismo de que la historia y
la etnología se concentran en las mismas cuestiones, aunque abor- ddándolas desde perspectivas opuestas, quizá les sea posible ofrecerse una ayuda recíproca: una investigación que asociara los méto- dos de ambas disciplinas, para hacerlas mutuamente fecundas, se situaría en un lugar estratégico dentro del presente campo de las ciencias humanas.
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