Ebook: La coincidencia de los opuestos en Dios
Author: Lorenzo Peña
Este libro constituye un ejercicio de lógica aplicada a los problemas de la teología filosófica; y, concretamente, de aplicación de una lógica paraconsistente, que admite la posibilidad de contradicciones verdaderas.
Si bien el título del libro reproduce un concepto de la Docta ignorancia del cardenal Nicolás de Cusa, no es una obra historia de la filosofía, sino de filosofía sistemática. Son meramente incidentales las referencias al Cusano (y, más en general, a la tradición platónica).
El autor abordó la redacción de este libro en el cruce de dos motivaciones:
La una emanaba de su tesis doctoral, defendida en la Universidad de Lieja dos años antes y cuyo tema era el alcance epistemológico de una lógica contradictorial; conteníase ya en esa tesis un esbozo de aplicaciones filosóficas de tal sistema de lógica contradictorial a un amplio abanico de temas en diversos ámbitos de la filosofía, incluida la metafísica --y, dentro de ella, la teología filosófica.
La otra era mucho más circunstancial: al reincorporarse el autor --en octubre de 1979-- al profesorado de la PUCE [Pontificia Universidad Católica del Ecuador], habíansele confiado los cursos de teodicea (teología filosófica); eso lo incitaba a dedicar a tales cuestiones una porción sustancial de sus investigaciones inmediatas.
El libro consta de tres secciones totalmente desiguales. La primera --fenomenología de la religión-- es un recorrido por el pensamiento acerca de lo divino en toda una gama de religiones (monoteístas y politeístas); un acercamiento que aquí no se hace a título de estudio científico profesional --porque el autor no tiene competencia en ese campo--, pero sí a la escucha de lo que tienen que decirnos algunos eminentes historiadores de la religión, como René Nelli, R. Otto, Mircea Eliade y Pierre Vidal-Naquet. Esa sección constituye menos de un quinto del libro; en ella se sostiene que el pensamiento religioso de los pueblos ha tendido a atribuir verdades contradictorias a su Dios o a los dioses, sin que ello haya sido motivo de rechazo intelectual de tales creencias, porque se ha visto en la esfera divina de lo real un espacio ontológico allende las limitaciones en las que están insertas la vida humana y las cosas que forman nuestro mundo cotidiano. (Eso no excluye que, por otros motivos, también quepa asignar a esas cosas de nuestro mundo cotidiano una trama contradictorial.) En la divinidad parecen aunarse los extremos opuestos de un modo especial y eminente.
Tras ese recorrido, se entra en la Sección 2ª, en la cual se examinan las determinaciones contradictorias del concepto de Dios, que se han entendido a menudo como pruebas filosóficas de la inexistencia de Dios. La aparente incoherencia del concepto mismo de Dios es, desde luego, un tema ampliamente tratado en la tradición filosófica, de los estoicos a Leibniz y Hegel, y hoy sobre todo llevado a las sutiles discusiones de la filosofía analítica.
Si definimos `Dios' como un ser perfecto --un ser al que no falta ninguna perfección o realidad--, automáticamente desembocamos en las célebres aporías: será un ser simple e indivisible, omnisciente, omnipotente, omnibenevolente, libre, eterno, ubicuo, creador y providente, así como exento de contingencia, en todo lo que sea y haga, y, por lo tanto, que no incurrirá en arbitrariedad alguna. Ahora bien, cada uno de esos atributos --si se analiza lógicamente-- es contradictorio en sí mismo; y forman parejas en las que cada atributo contradice al otro.
En la filosofía analítica se han estudiado abundantemente tales contradicciones --si bien muchos de esos problemas ya los habían abordado Avicena y los grandes escolásticos, Pierre Bayle, Leibniz y otros filósofos que nos han precedido.
En la filosofía usual, analítica o no, encontramos dos posiciones al respecto: unos, los teístas, tratan de disolver o disipar tales contradicciones, tildándolas de aparentes; o bien, no siéndoles eso posible, perfilan alguna noción de divinidad un poco aguada, restringiendo --mediante algún ardid-- tal o cual atributo (Dios sería todo lo omnisciente que sea posible y que resulte compatible con sus otros atributos; y así sucesivamente).
Otros, los ateos, sacan la conclusión de que no existe ni puede existir ningún ser al que corresponda ese concepto, por ser un concepto imposible y contradictorio.
A lo largo de esta Sección 2ª del libro ya se va perfilando una solución lógica a esos problemas: abordar ese concepto de Dios desde una lógica paraconsistente.
La sección 3ª (la concepción ontofántica de Dios) elabora sucintamente la solución que se ha ido sugiriendo a lo largo de la sección 2ª. La tesis que propone es que tales contradicciones no constituyen una prueba concluyente de la inexistencia de Dios, sino que, antes bien, es racional creer que existe un ser así, siempre que se acepte una lógica contradictorial.
El libro va más allá. La lógica contradictorial profesada es una lógica gradualista, en la que, generalmente, las contradicciones verdaderas son aquellas en las que ninguno de los dos polos de la contradicción se realiza plenamente. Sin embargo, esa semirrealización no basta para tratar satisfactoriamente los problemas de la teología filosófica. En lo divino parecen darse, no ya contradicciones (parciales), sino supercontradicciones, o sea contradicciones totales.
El libro propone una teoría de conjuntos no-estándar. Desde que Bertrand Russell descubrió las paradojas conjuntuales sabemos que una teoría de conjuntos basada en una lógica fuerte no puede contener un principio de comprensión irrestricto: el de que un ente cualquiera, x, pertenece a la clase de los entes así-y-asá en la medida en que ese ente es así-y-asá. Hay muchas teorías axiomáticas de conjuntos que restringen de diferentes modos ese axioma.
El libro aboga por una teoría de conjuntos difusos en la cual ciertos seres (los lógicamente trascendentes, como Dios o los dioses) pueden pertenecer a conjuntos mutuamente opuestos en una medida elevada --tal vez infinita--, porque desbordan el ámbito de aplicabilidad del principio de comprensión.
Con tal utillaje lógico-analítico, se defiende la inteligibilidad racional del teísmo (al menos de un cierto teísmo), rechazando el recurso a diversos expedientes socorridos en la tradición aristotélica --que oscurecen los conceptos en vez de aclararlos-- tales como los «en-cuantos» y la analogía.
En ese recorrido, el libro entra en debate con filósofos analíticos como Robert M. Adams, William Alston, Anthony Flew, Charles Hartshorne, Paul Helm, John Hick, John Hospers, E.J. Khamara, Martha Kneale, Norman Kretzmann, Alvin Plantinga, John Mackie, George Mavrodes, Nelson Pike, H.J. McCloskey, James F. Ross, Ninian Smart, Richard Swinburne, Peter Geach y Douglas Walton.
En la detallada discusión de los conceptos de la lógica y la ontología modales (lo posible, lo necesario, lo contingente) --además de traerse a colación las tesis de David Lewis, R. Stalnaker, N. Rescher, R. Routley y S. Kripke-- se debate el tratamiento de los condicionales subjuntivos, aduciéndose el precedente doctrinal de la disputa, en la escolástica española del siglo de oro, entre bañecianos (tomistas) y molinistas (jesuitas).
Si bien el título del libro reproduce un concepto de la Docta ignorancia del cardenal Nicolás de Cusa, no es una obra historia de la filosofía, sino de filosofía sistemática. Son meramente incidentales las referencias al Cusano (y, más en general, a la tradición platónica).
El autor abordó la redacción de este libro en el cruce de dos motivaciones:
La una emanaba de su tesis doctoral, defendida en la Universidad de Lieja dos años antes y cuyo tema era el alcance epistemológico de una lógica contradictorial; conteníase ya en esa tesis un esbozo de aplicaciones filosóficas de tal sistema de lógica contradictorial a un amplio abanico de temas en diversos ámbitos de la filosofía, incluida la metafísica --y, dentro de ella, la teología filosófica.
La otra era mucho más circunstancial: al reincorporarse el autor --en octubre de 1979-- al profesorado de la PUCE [Pontificia Universidad Católica del Ecuador], habíansele confiado los cursos de teodicea (teología filosófica); eso lo incitaba a dedicar a tales cuestiones una porción sustancial de sus investigaciones inmediatas.
El libro consta de tres secciones totalmente desiguales. La primera --fenomenología de la religión-- es un recorrido por el pensamiento acerca de lo divino en toda una gama de religiones (monoteístas y politeístas); un acercamiento que aquí no se hace a título de estudio científico profesional --porque el autor no tiene competencia en ese campo--, pero sí a la escucha de lo que tienen que decirnos algunos eminentes historiadores de la religión, como René Nelli, R. Otto, Mircea Eliade y Pierre Vidal-Naquet. Esa sección constituye menos de un quinto del libro; en ella se sostiene que el pensamiento religioso de los pueblos ha tendido a atribuir verdades contradictorias a su Dios o a los dioses, sin que ello haya sido motivo de rechazo intelectual de tales creencias, porque se ha visto en la esfera divina de lo real un espacio ontológico allende las limitaciones en las que están insertas la vida humana y las cosas que forman nuestro mundo cotidiano. (Eso no excluye que, por otros motivos, también quepa asignar a esas cosas de nuestro mundo cotidiano una trama contradictorial.) En la divinidad parecen aunarse los extremos opuestos de un modo especial y eminente.
Tras ese recorrido, se entra en la Sección 2ª, en la cual se examinan las determinaciones contradictorias del concepto de Dios, que se han entendido a menudo como pruebas filosóficas de la inexistencia de Dios. La aparente incoherencia del concepto mismo de Dios es, desde luego, un tema ampliamente tratado en la tradición filosófica, de los estoicos a Leibniz y Hegel, y hoy sobre todo llevado a las sutiles discusiones de la filosofía analítica.
Si definimos `Dios' como un ser perfecto --un ser al que no falta ninguna perfección o realidad--, automáticamente desembocamos en las célebres aporías: será un ser simple e indivisible, omnisciente, omnipotente, omnibenevolente, libre, eterno, ubicuo, creador y providente, así como exento de contingencia, en todo lo que sea y haga, y, por lo tanto, que no incurrirá en arbitrariedad alguna. Ahora bien, cada uno de esos atributos --si se analiza lógicamente-- es contradictorio en sí mismo; y forman parejas en las que cada atributo contradice al otro.
En la filosofía analítica se han estudiado abundantemente tales contradicciones --si bien muchos de esos problemas ya los habían abordado Avicena y los grandes escolásticos, Pierre Bayle, Leibniz y otros filósofos que nos han precedido.
En la filosofía usual, analítica o no, encontramos dos posiciones al respecto: unos, los teístas, tratan de disolver o disipar tales contradicciones, tildándolas de aparentes; o bien, no siéndoles eso posible, perfilan alguna noción de divinidad un poco aguada, restringiendo --mediante algún ardid-- tal o cual atributo (Dios sería todo lo omnisciente que sea posible y que resulte compatible con sus otros atributos; y así sucesivamente).
Otros, los ateos, sacan la conclusión de que no existe ni puede existir ningún ser al que corresponda ese concepto, por ser un concepto imposible y contradictorio.
A lo largo de esta Sección 2ª del libro ya se va perfilando una solución lógica a esos problemas: abordar ese concepto de Dios desde una lógica paraconsistente.
La sección 3ª (la concepción ontofántica de Dios) elabora sucintamente la solución que se ha ido sugiriendo a lo largo de la sección 2ª. La tesis que propone es que tales contradicciones no constituyen una prueba concluyente de la inexistencia de Dios, sino que, antes bien, es racional creer que existe un ser así, siempre que se acepte una lógica contradictorial.
El libro va más allá. La lógica contradictorial profesada es una lógica gradualista, en la que, generalmente, las contradicciones verdaderas son aquellas en las que ninguno de los dos polos de la contradicción se realiza plenamente. Sin embargo, esa semirrealización no basta para tratar satisfactoriamente los problemas de la teología filosófica. En lo divino parecen darse, no ya contradicciones (parciales), sino supercontradicciones, o sea contradicciones totales.
El libro propone una teoría de conjuntos no-estándar. Desde que Bertrand Russell descubrió las paradojas conjuntuales sabemos que una teoría de conjuntos basada en una lógica fuerte no puede contener un principio de comprensión irrestricto: el de que un ente cualquiera, x, pertenece a la clase de los entes así-y-asá en la medida en que ese ente es así-y-asá. Hay muchas teorías axiomáticas de conjuntos que restringen de diferentes modos ese axioma.
El libro aboga por una teoría de conjuntos difusos en la cual ciertos seres (los lógicamente trascendentes, como Dios o los dioses) pueden pertenecer a conjuntos mutuamente opuestos en una medida elevada --tal vez infinita--, porque desbordan el ámbito de aplicabilidad del principio de comprensión.
Con tal utillaje lógico-analítico, se defiende la inteligibilidad racional del teísmo (al menos de un cierto teísmo), rechazando el recurso a diversos expedientes socorridos en la tradición aristotélica --que oscurecen los conceptos en vez de aclararlos-- tales como los «en-cuantos» y la analogía.
En ese recorrido, el libro entra en debate con filósofos analíticos como Robert M. Adams, William Alston, Anthony Flew, Charles Hartshorne, Paul Helm, John Hick, John Hospers, E.J. Khamara, Martha Kneale, Norman Kretzmann, Alvin Plantinga, John Mackie, George Mavrodes, Nelson Pike, H.J. McCloskey, James F. Ross, Ninian Smart, Richard Swinburne, Peter Geach y Douglas Walton.
En la detallada discusión de los conceptos de la lógica y la ontología modales (lo posible, lo necesario, lo contingente) --además de traerse a colación las tesis de David Lewis, R. Stalnaker, N. Rescher, R. Routley y S. Kripke-- se debate el tratamiento de los condicionales subjuntivos, aduciéndose el precedente doctrinal de la disputa, en la escolástica española del siglo de oro, entre bañecianos (tomistas) y molinistas (jesuitas).
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