Se sabe que algunas obras de Jan Vermeer, el famoso pintor holandés del Siglo XVII, se extraviaron para siempre. Escogiendo uno de estos cuadros perdidos como pieza teatral de la narración, la autora traza un itinerario que viaja desde el presente hasta el momento en que se concibió el óleo, el que se convierte así en testigo directo de las historias de sus sucesivos propietarios. Desde un misterioso profesor de matemáticas que se niega a revelar cómo llegó a su manos ese cuadro, hasta un soldado alemán que, al ocupar la casa de una familia judía deportada, decide arriesgarse a no declarar a las autoridades ese fresco que tanto le fascina. Cada nuevo capítulo nos acercará a mundos diferentes, a veces enternecedores, otras veces turbulentos, por los cuales la pintura transita con el carácter intemporal propio del arte, emanando esa sensación de inmortalidad, permanencia y solidez que tanto sosiego y felicidad procura a las personas capaces de apreciarlo.
La novela tiene como telón de fondo siempre Holanda. Los molinos de viento, su paisaje, su mar domesticado, sus quesos deliciosos, sus tulipanes hermosos, sus mujeres enigmáticas, su gran pueblo, su cultura, su aporte a la humanidad. Cumple los tres requisitos que apuntaba Joubert para un buen libro: talento, arte y oficio. Es decir naturaleza, factura y costumbre.
La construcción del libro resulta singular, pues se puede leer cada capítulo por separado, como un libro de cuentos, o en un todo continuo que conformaría una novela. Por otra parte, la autora, con una inusual mirada artística, logra transmitirnos la visión personal de cada personaje, sus sentimientos y, sobre todo, como la obra del pintor neerlandés deja una impronta indeleble en las personas, sin importar su clase social o situación histórica, pues cada uno de ellos siente la magnificencia del cuadro en cualquier pequeño detalle.
La novela tiene como telón de fondo siempre Holanda. Los molinos de viento, su paisaje, su mar domesticado, sus quesos deliciosos, sus tulipanes hermosos, sus mujeres enigmáticas, su gran pueblo, su cultura, su aporte a la humanidad. Cumple los tres requisitos que apuntaba Joubert para un buen libro: talento, arte y oficio. Es decir naturaleza, factura y costumbre.
La construcción del libro resulta singular, pues se puede leer cada capítulo por separado, como un libro de cuentos, o en un todo continuo que conformaría una novela. Por otra parte, la autora, con una inusual mirada artística, logra transmitirnos la visión personal de cada personaje, sus sentimientos y, sobre todo, como la obra del pintor neerlandés deja una impronta indeleble en las personas, sin importar su clase social o situación histórica, pues cada uno de ellos siente la magnificencia del cuadro en cualquier pequeño detalle.
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