Online Library TheLib.net » Migajas filosoficas, o un poco de filosofía
Casi con espanto comencé la traducción de Smuler. Y no es que estuviera contagiado de! temblor kierkegaardiano ante la existencia o írente a !o augusto. Llevo estudiando toda mi vida las obras y los papeles kierkegaardianos, creo haber llegado a un conocimiento más que mediano de su pensamiento, tengo contacto con la inmensa mayoría de los especialistas mundiales en el tema, pero eso no obsta para que la tarea de presentar en castellano el hermoso aunque complejo texto danés del pensador de Copenhague, se irguiera ante mi imaginación como una montaña infranqueable. Al finalizar mi versión, no me encuentro dei todo insatisfecho, pero aún hubiese mendigado a mi editor un poco más de tiempo para redondear algún pasaje complejo. No es posible. ---- No repetiré los detalles de la biografía kierkegaardiana que son de sobra conocidos. Basta con situar Philosophiske Smuler 1 en el conjun- to de la producción literaria y en el ámbito interno del pensamiento de Kierkegaard. Las Migajas filosóficas aparecen a la luz el 13 de junio de 1844. Cuatro días después sería publicado el célebre Concepto de la angustia, una de las obras más conocidas en el mundo filosófico y sin duda la más difundida en España y Latinoamérica. Esa cercanía de fechas ha sido el motivo por el que ambas están reunidas en el mismo volumen (el cuarto) de las ediciones danesas origínales. La coincidencia en el tiempo de tan importantes textos es una muestra evidente de la intensidad del trabajo desplegado por Kierkegaard en esa temporada. El año anterior (1843) había iniciado sus publicaciones más serias con las dos partes de la obra Enten-Eller aunque todavía tuvo energías para editar ese -mismo año Temor y temblor y La repetición, acompañando todo ello de diversos Discursos edificantes. El año siguiente (1845) saldrá el grueso volumen de Estadios en el camino de la vida3 y, un año más tarde (1846), la obra que él juzgaba como la continuación de Smuler, titulada Postscriptum no científico y definitivo a las migajas filosóficas4. Cuando publica Smuler acaba de cumplir S0 ren Kierkegaard 31 años. Difícil es comprender cualquiera de los libros de Kierkegaard sin tener en cuenta el resto de su producción literaria. Para hacerlo inteligible podemos adelantar que en nuestro autor pueden distinguirse con bastante nitidez tres tipos de obras: unas de carácter estético, otras de tinte filosófico y otro buen grupo de corte religioso. No damos la lista detallada de todas ellas, pero sí resaltaremos entre las primeras Enten-Eller (con el editadísimo Diario del seductor, las reflexiones sobre la tragedia griega, el Don Juan de Mozart...), Estadios en el camino de la vida, los soliloquios acerca de su propia obra, los artículos periodísticos, etc. En todos ellos se ponen de relieve las facetas más ricas y creadoras del joven escritor. En una especie de contrapunto se hallan los profundos y meditativos discursos religiosos, calificados por él mismo como «edificantes ». No es exagerado decir que su pretensión fue convertirlos en la meta y significado último de toda su reflexión pública. Se ha escrito tanto sobre ello que sobran nuevos comentarios. No conviene olvidar que en este conjunto se insertan obras tan enjundiosas como Las obras del amor, Ejercitación en el cristianismo, Temor y temblor y algunos capítulos de los libros más abstractos. El tercer núcleo comprende las reflexiones filosóficas en torno a la repetición, la ética del individuo, los mencionados textos sobre la angustia, el libro La enfermedad mortal, así como Postscriptum, la tesis doctoral acerca de la Ironía en Sócrates y, por supuesto, la obra que tenemos entre manos: Migajas. No ha de exagerarse esta parcelación temática. Somos defensores de una continuidad de sentido y de contenido en el vasto conjunto de los escritos kierkegaardianos, incluidos su Diario y el resto de.los Papeles. Es cierto, sin embargo, que se nota un tono diferente en la manera de redactar unas u otras páginas. En contraste con el toque pagano, frívolo, romántico y atrevido de los ensayos estéticos, en las meditaciones cristianas {algunas de ellas están concebidas como sermones o prédicas) llama la atención'el espíritu de recogimiento y piedad, pese a que a veces — pocas— se intercalen expresiones con resonancias «existencialistas» y casi fatalistas acerca de la vida. Los tratados filosóficos contienen sobre todo argumentos de discusión, cuyos principales contendientes son Sócrates y Hegel, aunque también salen a la palestra Descartes, Leibniz, Lessing, Kant, Schelling y otros muchos. Como enseguida diremos, uno de los lemas fundamentales de Kierkegaard consiste en rescatar la existencia subjetiva de la pérdida sufrida con tanta especulación abstracta acerca del pensar. Como trasfondo resuena el interés por devolver a la fe cristiana la autenticidad singular de una decisión que carece de apoyo exclusivamente racional. Lo percibiremos en pequeñas dosis al presentar alguno de los capítulos del presente libro. Esta estratificación de temas —si así podemos denominarla— se hace más curiosa y propensa a mil especulaciones al haber tornado Kierkegaard la decisión de firmar un buen número de sus obras con pseudónimos. Insistimos en el plural porque, al contrario de la mayoría de aurores que asumieron un nombre supuesto (un solo nombre), Kierkegaard se apropia de variados sobrenombres como Victor Eremita, Johannes de Silentio, Constantin Constantius, Johannes Climacus, Vigilius Haufniensis, Un Casado, Frater Taciturnus, Hilarius Bogbtnder, Anttclimacus, Nicolaus Notabene. Numerosas monografías y artículos de buenos especialistas han intentado desentrañar las claves de esta sorprendente decisión. Lo único cierto es que las obras explícitamente religiosas adoptan la identidad verdadera y real (Stfren Kierkegaard), lo cual confirma el propósito de dar un sesgo cristiano a su imagen oficial de escritor. Creemos que en cada momento, es decir, en cada obra contamos con la mejor herramienta para desentrañar el significado que encierra determinado pseudónimo y que no es otra que el propio contenido. Criticando lo que juzgaba como falaces apreciaciones de ciertos eruditos de su tiempo que creían poder llegar por sí solos al conocimiento de Dios22, Kierkegaard concluye que sólo este maestro tan singular puede tener la iniciativa en el conocimiento esencial del discípulo. Sigue el monólogo. A modo de «entremés» de teatro, aparece un Interludio filosófico de tono abstracto y nada fácil de leer, donde se adivinan muchas críticas a los filósofos contemporáneos. El tema abordado se refiere a la cuestión de Lessing y lo inicia con una reflexión sobre posibilidad y necesidad, de la cual se infiere que el devenir es obra de la libertad23. Lo histórico sigue teniendo una relación preferente con la libertad y se.convierte .en una.especie de reduplicación del devenir. Incluso el pasado remite a una libertad como la del,devenirj de.tal manera que el historiador tendría que distinguirse «por su pasión hacia el devenir»24. Kierkegaard desea concluir en la fe, cuyas semejanzas con el devenir —sobre todo, su «ambigüedad»— le parecen obvias. Para Kierkegaard la fe no es un conocimiento más, sino un acto de libertad23, supera en todo a la duda escéptica, conserva el sentido pleno del devenir y rompe las barreras del pasado y del futuro. Un pequeño Apéndice insiste en que lo sustancial de la fe es creer que Dios ha existido históricamente. El Capítulo V comienza distinguiendo los discípulos actuales («de segunda mano») de los contemporáneos por medio del hecho histórico primordial. Rechaza otra vez cualquier intento de «naturalizar» la religión y retorna a Sócrates para recordar que la fe exige renunciar a la razón. El monólogo versa sobre la contemporaneidad y cómo la fe siempre supone lucha. Una «Moraleja» final de pocas líneas, donde no podía faltar Sócrates, resume los hitos cruciales de la obra. Quedan aspectos fundamentales sin exponer, como la vigorosa reivindicación del sujeto humano, pero quien estudie detalladamente la obra descubrirá no sólo éste, sino otros muchos contenidos muy valiosos dentro de un discurso siempre singular y fascinante.

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