Ebook: El Historicismo y su genesis
Author: Friedrich Meinecke
- Year: 1943
- Publisher: Fondo de Cultura Economica
- City: Mexico
- Language: Spanish
- pdf
o debemos dejarnos engañar por el título de la obra de Friedrich Meinecke: “Die Enstehung des Historismus” [Munich, Oldenbourg, 1936; 2 vols. in 8º, 656 pp.]. El objetivo del autor en dicho libro no es seguir el desarrollo del método crítico ni de las prácticas del análisis histórico. Lo que Meinecke entiende por Historismus es, básicamente, una actitud mental; pero ¿cómo traducir este término? «Mentalidad histórica» es, de entre todas sus posibles traducciones, la que con más rapidez acude a nuestro pensamiento; sin embargo, las asociaciones de ideas que evoca esta expresión no dan cuenta por completo de todas aquellas hacia las que nos orienta el término alemán. Por inquietante que pueda parecer y tratándose de posicionamientos científicos que por vocación son universalistas, resulta mucho más preferible, sin duda alguna, reconocer la imposibilidad de llegar a traducirlo, al igual que ocurre con muchas otras palabras terminadas en -ismus que tanto abundan, cada vez en mayor medida y con más frecuencia, en alemán; este reconocimiento resulta, además, mucho más oportuno si tenemos en cuenta que para el caso concreto del término que aquí nos ocupa se trata, como el propio Meinecke señala, de un vocablo muy joven. Si lo he entendido bien, los rasgos que definen la tendencia intelectual caracterizada por la palabra Historismus son principalmente tres: un profundo sentido del cambio, el acento sobre todo lo que la evolución así percibida tiene, por naturaleza, de eternamente particular y, por tanto, una renuncia a todo juicio de valor que implique el deseo de introducir esta perpetua unicidad dentro de unas categorías morales de orden necesariamente general. Según Meinecke, el espíritu humano ha alcanzado esta visión definitivamente correcta del gran desarrollo de las cosas durante la segunda mitad del siglo XVII y sobre todo en el curso del siglo siguiente -desde Shaftesbury, Leibniz y Vico hasta Goethe-. Ésta es, por tanto, en sus límites cronológicos, la génesis que Meinecke se esfuerza en describir y explicar. Una obra de Meinecke nunca resulta indiferente. La segura y sobria ordenación, el análisis refinado, la valiente independencia intelectual que nos han ofrecido y que tanto hemos apreciado en otros trabajos suyos, se nos vuelven a aparecer intactas en esta ocasión. A partir de ahora resultará imposible escribir sobre Montesquieu, sobre Justus Möser o sobre Herder, sin remitirse a estas páginas llenas de penetrantes observaciones y de ingeniosas aproximaciones a todos ellos. Sin embargo, es necesario reconocer que un libro como éste resulta desconcertante para un historiador formado en otras escuelas, incluso si dicho historiador está desprovisto, en la medida de sus posibilidades, de prejuicios nacionales, al menos de prejuicios conscientes, si siente y reconoce sin ambages su particular deuda para con el pensamiento histórico alemán y si, en definitiva, siempre le ha gustado reflexionar acerca de su oficio y de la justificación del mismo. En tal caso, muchos aspectos de este libro le sorprenderán: la individualización y casi deificación del Estado, elevada, como de manera instintiva, hasta la altura de una de las más incontestables verdades de la evidencia (véanse, entre otras, p. 243 a propósito de Hume; p. 346 acerca de Möser); la noción de que el pensamiento histórico parece culminar con Goethe y Ranke y que, por ello y como consecuencia, sus progresos se vieron interrumpidos con ellos, como si cualquiera de nosotros, por humilde que pueda sentir a su persona con respecto, por una41Ht1BkLJ7L._ parte, a aquel gran hombre e incluso con relación, por otra, con aquel excelente «descriptor», no sintiese tras de sí la existencia de la original y fecunda aportación de todo un siglo de labor colectiva; la negación (a pesar de algunas fórmulas cortésmente precavidas) de todos los esfuerzos realizados precisamente a lo largo de dicho siglo por integrar el conocimiento de los acontecimientos particulares en una ciencia humana más amplia; esfuerzos aún muy tímidos y sin duda alguna inciertos pero acerca de los cuales nadie puede decir que en principio hayan sido completamente vanos ni aún menos que hayan carecido de belleza; y por último, pero no en último lugar, la pretensión por actualizar «el espíritu» de una ciencia a través de un completo rechazo por tomar en consideración el desarrollo de sus técnicas. No hay nada más legítimo, por ejemplo, que estudiar la evolución de las teorías físicas pero nunca a costa de hacerlo de un modo por completo ajeno a cualquier referencia al trabajo de laboratorio. Al cerrar estos dos volúmenes -leídos, por lo demás, de principio a fin y con gran interés- se tiende quizá involuntariamente a imaginarles un paralelo ya pasado de moda y con cierto regusto a antiguo. Considero que quizá no sería muy justo que no indicase aquí dicho paralelo que a pesar de su aspecto paradójico no dejaría sin embargo de tener un fundamento serio y auténtico. Creo que, en abstracto, podríamos titularlo: la idea cuenta el Begriff. Considero, por lo demás, que se hace preciso indicar que todas las ideas -es decir, las representaciones vinculadas con lo concreto y susceptibles de orientar una acción- no se encuentran de manera uniforme a este lado de la frontera de las lenguas, ni tampoco que todos los Begriffe estén del otro lado.
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